ESTUDIANTES INCONVENIENTES
Criaturas del amanecer,
flotaban en el horizonte vestidos por el sol que crecía y parecían estar bien
allí, con cierta bienaventuranza, como si no existiera la posibilidad ni el
mandato de elevarse, o perderse en las incandescencias del mediodía , o
hundirse, hechizados, en las oscuridades disimuladas del atardecer.
Era un don, una exquisita gracia poder
mirarlos. Apreciarlos, saborear su inconsciente belleza sin envidia. Porque él
hacía un tiempo que sólo podía cabalgar en los fulgores del poniente.
" Es bueno así, la certeza de que la
vida sigue. No porque me lo hayan dicho sino porque puedo verlo. Quizá, algún
día, vuelva yo también, gozozo por la levedad, sin recordar nada" , se
decía. Nada le encantaba más que la levedad desde que su cuerpo había comenzado
a encogerse y volverse pesado. Sus coyunturas solían quejarse, la línea
vertebral protestaba y todos sus músculos languidecían de nostalgia por sus
tiempos de saltos y velocidades. "Nadie prometió que no vendrían los
cambios ni el cansancio. Ahora el dormir
es más breve aunque las noches más largas. Ahora el sueño no me repara
tanto...pero, si no me lamento delante de los espejos...hasta me parece bien.
Mientras quede un tanto de luz...quiero mantenerme alerta ". Sin embargo,
el espíritu del sueño lo tomó por más tiempo esa noche y lo arrastró hasta la
vieja casa de sus padres, casa inexistente ya, y lo dejó caer en la maleza que
había asfixiado los parterres florecidos, el anciano sauce y el sendero bordeado
de álamos todavía pequeños. Tal como lo viera por última vez, con los ojos
plenos de lágrimas. En esa casa había sido
estudiante, maldito, complicado. Su padre lo maldecía por salvaje, por
preferir las ramas a los sillones, la hierba a la cama, por no sufrir vértigo
bajo las estrellas, por explorar las inmensidades frontalmente, por amar al
gato montés que se había posesionado del jardín y por parecerse a él. Y en nada
a su padre, que maldecía en voz muy alta para que el hijo escuchara y se tragara
sus maldiciones. Pero el hijo no las temía ni las tragaba, las ignoraba por
santa ignorancia, de manera que cada día se volvía más salvaje, en tanto su
padre paladeaba y se bebía su propio veneno.
La madre, casi inexistente, amaba
distraídamente al hijo, con unción de mariposa, sin sentir al montés como su
rival porque ni se daba cuenta de su presencia. Para ella el jardín no era más
que un conflicto entre malas hierbas, malezas incipientes y flores comedidas.
Solía deslizarse por los senderos enarenados bajo un sombrero inmenso y
regadera en mano, la podadera en el bolsillo del delantal. Y su otro reino era
la cocina. Allí desplegaba atención y con la mágica ayuda de sus especias y
hierbas aromáticas, expresaba su amor desprovisto de palabras, honrando con
delicias los sentidos del esposo y del hijo. Su voz era un misterio.
Pero llegó el tiempo de ser un estudiante
como todos, sujeto a programas tan alejados de sus intereses como las
estrellas. Jugó, entonces, a estudiar de otra manera, sin someterse. Los
compañeros lo encontraban aburrido algunos, otros enigmático. Las muchachas lo
espiaban por bello y distante. Los líderes, que no lograban entusiasmarlo con
nada, lo tenían por opaco y reservado. Pero los profesores lo distinguían
aunque hubieran deseado atraparlo en alguna torpeza. Demostraciones,
manipulaciones, escritos eran inobjetables y brillantes. Pero más allá de la
tarea en la clase, el chico se mantenía salvaje y silencioso. Alejado,
imperturbable como lago de montaña y guardando su voz como la madre.
Un día algo comenzó a cambiar. Pudieron ser
las maldiciones del padre, o alguno de los juegos del destino. Aunque su
historia era todavía breve y sus emociones sanas...algo generó, quizá, su
cierto orgullo. El inaccesible, el imperturbable fue entrando en un estado de
azoramiento casi perenne que lo crispaba aún más al intentar hacer una
exposición en clase. La primera conmoción la tuvo al echar de menos una de sus
lapiceras, la preferida, y el cuaderno de apuntes. Seguro de que los llevaba consigo
al dejar su casa y sintiéndose muy apenado por ambos, perdió pie. Mientras los
profesores de turno disertaban, la atención se le escapaba y detrás las manos,
revolviendo los bolsillos del pantalón, de la campera, mirando bajo su pupitre
o dando vuelta la mochila una y otra vez. Así disparado no escuchaba a ningún
profesor que intentara interrogarlo, quedando silencioso, la cabeza baja,
absolutamente lejos de la clase. Y lo
malo fue que, al volver a casa más temprano, al buscar la llave en el bolsillo
sacó la lapicera, y en la mochila que creía vacía, al fondo, yacía su cuaderno
de apuntes. Como la madre jamás escucharía el timbre y como el padre andaba
fuera en sus negocios, hubo de entrar por una de las ventanas. Cuando llegó a
su cuarto quiso alegrarse con su cuaderno y su lapicera pero sólo encontró la
llave en su bolsillo y la mochila otra vez flaca y vacía.
Esto no fue más que el comienzo. Desde
entonces, las tizas se desmenuzaban en sus manos y, si se apoyaba en el
pizarrón, si lo tocaba apenas con sus desesperados dedos, la tabla se partía y
caía sobre sus pies. Y con sólo asomarse
a los laboratorios, los frascos y tubos estallaban y los cristales volaban
peligrosamente alrededor de su cabeza. Consternados, los demás comentaban:
-
Será un castigo por su arrogancia?
-
Si se dignara ser como todos...
-
Tal vez, si se equivocara de vez en
cuando...
Pero nadie, ni los profesores, le
mostraban simpatía. Y las muchachas dejaron de admirarlo. Salvo una.
Y ya no hubo lapicera ni cuaderno que
pudiera conservar. También su biblioteca quedó repentinamente vacía porque los libros volaban por toda la casa sin
dejarse atrapar. Y cuando le echó la red a un manual de geología y logró
meterlo en una jaula, los barrotes estallaron sobre su cabeza.
Entonces,el salvaje y soberbio, el silencioso lanzó un grito. Un grito
que sacudió la casa hasta los cimientos y que duró varios días, dejándolo
exhausto a él, y aterrada a la madre,
sorprendido al padre y alborotados a los vecinos.
Cuando finalmente quedó sin aliento,
los libros volvieron pacíficamente a la biblioteca. Reaparecieron, mansos y
sumisos, cuadernos y lapiceras. Se enderezaron los pizarrones y las tizas y los
frascos se levantaron del polvo. Y el estudiante quedó libre de la maldición.
Pudo hablar fuerte o quedo según quisiera, como todos. Pudo sonreír, mirar a
los ojos de las chicas. Ganar y perder. Calificar y descalificar. De manera que
cuando, ya menos silencioso y salvaje, fue uno con todos, los objetos lo amaron
tanto como las muchachas. Especialmente una.
"Todos los recuerdos que puede
despertar un sueño" se dijo el anciano enjugando sus ojos. Contempló el
larguísimo camino de su tiempo y, de
manera inevitable, se encontró con ella. La única. La que sentía compasión por
él, la que se alegraba por él...pero que no podía sostenerle la mirada. Volvió
a ver los cóncavos y nacarados párpados, dos pétalos ocultando la inmensidad
lacustre de sus ojos. Y el color yendo y
viniendo por la hermosa cara.
-
Oh...divina mía – murmuró.
Si
ella volviera....si se pudiera escuchar su maravillosa voz contando sus
desventuras de estudiante, una vez más, como aquel lejanísimo día, ambos
sentados en la hierba, recostados en el cerco recién pintado de blanco,
respirando el perfume de las madreselvas.....
Y
la voz vino y dijo:
-
Vengo de un colegio muy distante. En
realidad, pasé por varios colegios. Yo soy la estudiante loca, según dicen. A
mí no me han perseguido maldiciones sino risas. Todavía camino en zigzag,
pateando piedras y pelotas porque los caminos juegan conmigo, se burlan, me
ponen cosas para que tropiece. Solía llegar al liceo doblada bajo mi mochila y
la vaciaba victoriosa sobre los pupitres de los profesores. Yo me divertía y
ellos no podían detenerme. Tampoco yo podía detenerme hasta levantar mi
alucinante pirámide. Amontonaba ramas, bolsitas de arena o tierra roja, flores
frescas y marchitas, caracoles, cadenitas de plata, tarros de dulce de leche,
lentes verde-agua,rosarios, malas de la India, lentejuelas, abanicos, tazas rotas,
tazas sanas, trenzas, collares, pulseras, diarios de viaje, catálogos de
vacaciones, lapiceras de oro, sortijas de boda, cuellos de encaje, botones de
diamante, cintas, zapatillas de baile, salvavidas, espejos, esponjas...por
enumerar algo. Y siempre terminaba soltando por encima un puñado de plumas que
se convertían en pájaros, un pájaro por pluma. Luego, cada pájaro se elegía el
hombro de alguien, o alguna mano, o un cráneo, una melena, un pecho...hasta que
alumnos y profesores eran totalmente tomados por la bandada. Entonces, los
pájaros más sabios se posaban en los pupitres y chicos y profesores salían
disparados por los patios y las clases
se daban en los jardines. Mis compañeros felices y los maestros furiosos. Pero
el liceo se volvía esplendoroso con tantos pájaros, todos cantando, remolinos
de alas y plumas multiplicándose contra las ventanas.....Era muy hermoso pero
los grandes no comprendían. Yo no comprendía mucho...pero no podía hacer otra
cosa. Después..todo terminaba de la misma manera. Llamaban a mi madre y le
pedían que me cambiara de colegio
-
La vivo cambiando, Sr. Director - decía mi madre – No se qué hacer con ella.
Rinde en alguna materia al menos?
-
En ninguna, señora. No atiende a
nadie.
-
No será que ustedes no enseñan lo que
mi hija querría aprender?
-
Un mago, un payaso, un bailarín
serían a propiados para su hija, señora. Pero nosotros somos serios.
Entonces mi mamá me llevaba a casa y se
ponía a buscar otro colegio.
Yo...me ponía muy triste. Era tan
hermoso tomar clase entre pájaros...Pero un día, precisamente antes de que me
trajeran a este colegio, sucedió algo. Vinieron todos los pájaros a buscarme y
me llevaron muy lejos. Con mochila y todo. Desde el aire pude ver a muchos
chicos encerrados en sus aulas, tratando de salvar sus sueños entre malezas de
palabras serias. Fue un viaje tan
lindo...Los pájaros me tomaban entre todos: un pico firme por mechón, otros picos se prendieron a mis tiradores, al
ruedo de mi falda,me tomaron por los puños de mi blusa, por la corbata, las
manos y los pies. Y yo me sentía como una pluma más! Volamos sobre muchas
ciudades, quedaron atrás tejados, cúpulas, cavernas. Finalmente me dejaron en
un bosque, muy suavemente sobre la hierba de un claro donde daba el sol y ellos
se ocultaron en la espesura. Allí, un hombre de jeans y camisa blanca, parecía
meditar. Yo estaba muy cerca de sus rodillas y, aunque me quedé muy quieta y
callada, el hombre abrió los ojos y me sonrió.
-
Qué buscas,muchacha? – me dijo, y no
parecía sorprendido.
-
No se. Me echan de todos los
colegios. A lo mejor necesito alguien que me enseñe.
-
Y qué quieres aprender?
-
No se. Pero, en todo caso...nó lo que
enseñan en esos colegios.
-
Puedes mostrarme por qué te echan?
Por
suerte yo tenía la mochila conmigo, llena de cosas nuevas. Así que levanté la
pirámide sobre la hierba.
-
Me gusta. Qué quieres decir con
semejante variedad ? Qué significa tu pirámide?
Yo no sabía que lo sabía. Pero...apenas
abrí la boca para responder....y a medida que hablaba, lo iba comprendiendo.
-
Es por la unidad y la diversidad,
señor, Todas estas cosas, dispersas, sueltas por ahí...dicen poco. Pero juntas,
unidas, son todo. Quieren expresar la riqueza y la variedad de la unidad.
-
Ah..muchachita – dijo el hombre
riendo - Algún día comprenderás de
verdad lo que estás diciendo. Pero..no temas. Vas por buen camino.
-
Y qué tengo que hacer?
-
Sigue enseñando a los que puedan ver.
Pero esmérate en aprender,también, con humildad, lo que todos aprenden. Debes
blanquear tu juguetona mente hasta que seas capaz de hacerte entender.
Entonces, el hombre me puso un dedo
índice sobre el entrecejo y me trazó una línea de luz hasta el corazón.
-
Aquí, en el corazón, está el
verdadero lugar de la inteligencia. Ama más a todos y no te creas distinta.
Reúne a los dispersos en tu corazón y no en los pupitres de los profesores.
Y...deja que los pájaros sigan siendo tus verdaderos maestros. Ellos le cantan
a la luz y también a la oscuridad. Ahora, que ellos te devuelvan a tu madre. Y,
en el próximo colegio, entra con la mochila vacía. Cuadernos, lapiceras y
algunos libros bastarán. Adiós.
Entonces...sentí como si me iluminara.
Alguien dijo que " lo esencial es invisible ", recuerdas? Así que fui
comprendiendo. Si dejo la mochila vacía....se llenará de verdad.
Así son las cosas. Y ya habrás visto
que en este colegio me he portado bien. Ya no soy loca. Pero tampoco
cuerda - terminó, sonriendo - Creo que tu también tenías algo que aprender,
no es cierto?
La voz
se fue extinguiendo como ,a su tiempo, y demasiado pronto, se extinguió
la vida de la estudiante inconveniente y loca.
Pero el amor creció con ellos y pudieron
amarse. Nadie pudo dudar que encajaban uno con otra como pocos amantes. Fue muy
triste verla desvanecerse en el horizonte cuando la llamó el atardecer porque
venía su noche. Y no hay quien pueda resistir ese llamado. Los pájaros cantaron
y se alejaron con ella. Ellos podían seguirla pero él no.
" Ahora ya soy del poniente. Cuando la
noche me llame...quizá la vea con la luz de mi último atardecer" pensaba
una y otra vez, en tanto envejecía presuroso.
Cuando el llamado vino, la luz que palidecía
sobre el anciano estudiante alumbró un
cuerpo ya muy doblado y pequeño, como si volviera a niño. No se resistió porque
deseaba irse y nacer en otra parte una vez cumplida su cita con la oscuridad.
Pero no pudo dejar de volverse hacia el otro horizonte, el del sol naciente
donde revoloteaban las almas nuevas. Entonces la vió, riendo y haciendo reír a
algunos querubines. " Esto será largo, entonces" ,pensó aún.
".... Yo me voy y ella vuelve..." Y se dejó llevar por la oscuridad,
sin esperanza, sin saber que ella, soltándose de los ángeles, se acercó tanto
como para mirarlo partir, con una promesa en su corazón.
Ángela Cáceres Quintero
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