miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿Hablar o no hablar?

Quedó dicho en Oriente, quizá desde el Tao, que quien habla mucho no sabe y que quien sabe ...calla. Ahora bien, según estamos hechos, contamos con la capacidad de hablar que, claro, se enaltece con la de pensar y encuentra su máxima expresión en la acción congruente, o sea cuando alguien es en sus actos lo que dice y piensa. Es inevitable entonces considerar donde nos nacen las palabras, cómo la elaboramos y cómo las lanzamos fuera de nuestra boca. Se ha dicho que la palabra sabia tiene como hogar y sustento el silencio. De manera que estamos frente a una gran responsabilidad.¿Me hago cargo de lo que sale de mi boca? ¿Pasó antes por mi mente y, en especial, por mi corazón? Porque la palabra si descalifica es venenosa; si es apresurada es inútil y tiene el serio problema de que no puede retroceder y esconderse en la boca. Por otra parte, la palabra mesurada y amable puede ser un ejercicio preparatorio para el nivel más alto y activo del amor: la compasión.Y ¿si cada uno de nosotros fuéramos una palabra, un verbo de Dios, ese tan misterioso Dios?. Si asumo que de sustantivo paso a la acción regeneradora aceptando ser Verbo...posiblemente descubra un nuevo sentido a mi vida. Soñé una vez con un hombre vestido con una túnica escarlata que me mostraba una bolsa llena de semillas. Las sacudía, las hacía susurrar, y me decía :"Ten cuidado", "Las palabras son semillas. Elige las semillas con prudencia y con mucha más prudencia el suelo donde las dejarás caer".Así que, cuidado, seamos buenos sembradores de palabras.
Les cuento, hace unos días, al atardecer, visité, aquí en Buenos Aires, la Iglesia de San Patricio en Belgrano. La encontré extremadamente silenciosa pero los monolitos al costado, sobre la calle, que recuerdan a tres sacerdotes palotinos y a dos seminaristas a quienes se les impuso el silencio con la extrema violencia del homicidio durante la dictadura, son palabra viva. Pedro, Alfredo y Alfie con su vida rota y su sangre derramada, hablarán para siempre y nadie podrá quitarles su verbo definitivo.

viernes, 4 de septiembre de 2009

El silencio y la escritura.

Se puede guardar silencio todo el día, sellar los labios y, sin embargo, percibir un río interno y caudaloso de palabras fluyendo desordenadamente en lo profundo. La escritura puede poner orden. Aunque no necesariamente. Tal vez antes de intentar cualquier forma de escritura el más adecuado remedio sea afrontar el silencio deliberadamente, observar la voluntad habladora de la mente que parlotea por su cuenta y decidir donde estamos: si en la voluntad del verdadero silencio o entre las burbujas de impresiones subiendo por su cuenta a la conciencia. La cuestión estaría en darnos cuenta donde estamos, donde está nuestra verdadera presencia. ¿Me reconozco en esa parla sin ton ni son? ¿Soy, por un instante al menos, esa que, repitiendo un mantra o siguiendo su propia respiración, elige el silencio? He observado que muchos parecieran tenerle miedo al silencio. Y hoy día hay infinitas maneras de escapar aunque sean pura banalidad. Una, bastante común, podría ser saturar la mente de información con la creencia de estar eligiendo contenidos libremente y hasta aprendiendo a pensar. Pero...una mente saturada se confunde y grita más. Cuando grita...le baja el volumen o mas bien sobrepasa la voz del alma que, como la flauta de una deidad escurridiza en un bosque de palabras, oculta su melodía. La que solamente puede acompañarnos y aun deleitarnos en el silencio. Esa vocecita puede trasmitirnos el verdadero sentido de esta vida nuestra tan misteriosa como nosotros mismos. No tengamos miedo del silencio. Dentro de él, podremos detectar el verdadero estado de nuestra mente. Pero, también, sólo sumergidos en él, podremoa trascender, elevarnos sobre los ruidos internos a una región de verdadera, inspiradora, creativa calma. Hasta cualquier momento.