viernes, 4 de septiembre de 2009

El silencio y la escritura.

Se puede guardar silencio todo el día, sellar los labios y, sin embargo, percibir un río interno y caudaloso de palabras fluyendo desordenadamente en lo profundo. La escritura puede poner orden. Aunque no necesariamente. Tal vez antes de intentar cualquier forma de escritura el más adecuado remedio sea afrontar el silencio deliberadamente, observar la voluntad habladora de la mente que parlotea por su cuenta y decidir donde estamos: si en la voluntad del verdadero silencio o entre las burbujas de impresiones subiendo por su cuenta a la conciencia. La cuestión estaría en darnos cuenta donde estamos, donde está nuestra verdadera presencia. ¿Me reconozco en esa parla sin ton ni son? ¿Soy, por un instante al menos, esa que, repitiendo un mantra o siguiendo su propia respiración, elige el silencio? He observado que muchos parecieran tenerle miedo al silencio. Y hoy día hay infinitas maneras de escapar aunque sean pura banalidad. Una, bastante común, podría ser saturar la mente de información con la creencia de estar eligiendo contenidos libremente y hasta aprendiendo a pensar. Pero...una mente saturada se confunde y grita más. Cuando grita...le baja el volumen o mas bien sobrepasa la voz del alma que, como la flauta de una deidad escurridiza en un bosque de palabras, oculta su melodía. La que solamente puede acompañarnos y aun deleitarnos en el silencio. Esa vocecita puede trasmitirnos el verdadero sentido de esta vida nuestra tan misteriosa como nosotros mismos. No tengamos miedo del silencio. Dentro de él, podremos detectar el verdadero estado de nuestra mente. Pero, también, sólo sumergidos en él, podremoa trascender, elevarnos sobre los ruidos internos a una región de verdadera, inspiradora, creativa calma. Hasta cualquier momento.

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