miércoles, 31 de octubre de 2012

Ella ni avisa ni puede ser retenida.

   ¿Quién es "ella"? La denigrada, ofendida, agraviada, expotada naturaleza. Cada vez da más señales de hartazgo que, pasado el natural espanto, se olvidan rapidamente sin descifrar el mensaje cada vez más elocuente, cada vez más urgente.
   Cuando el episodio de las Torres Gemelas, pieza fundamental para desatar una política exterior apuntando a Oriente que no era ninguna novedad para los trajeados y uniformados  conspiradores, hubo tiempo de pasar algunas advertencias. Cuando Katrina hizo de las suyas en Nueva Orleans no solamente se pudo percibir que la zona no estaba debidamente preparada para semejante eventualidad, sino que el gobierno de Bush se tomó dos días para mantenerse desentendido y demorar la ayuda (que sí fue muy rápida para detener incendios en una zona de privilegiados).
  Ahora, Nueva York y alrededores nuevamente ha sido tomada por sorpresa. No hubo conspiradores. Sandy llegó e hizo de las suyas. Venía de mantener en vilo la zona caribeña, sin duda muy preparada para afrontar estos huracanes. ¿Nueva York lo estaba? No soy yo quien puede ni deba responder ésto. Si puedo dolerme solidariamente por la magnitud del desastre, quizá más fuerte en Queens o en el Bronx, aunque pocas zonas han quedado indemnes. Pienso en el sufrimiento de las personas, en los indignados de Wall Street recibiendo semejante calamidad. Seguramente otros, menos indignados, también tendrán sus sobresaltos. ¿Me atrevo a "leer" este acontecimiento como un castigo o como una revancha hacia los gobiernos de Estados Unidos groseramente despectivos frente a las consecuencias del maltrato organizado contra los bienes de la naturaleza?  No. No me atrevo en absoluto. En estas cosas siempre serán los inocentes los más damnificados.
   Lo que si puedo leer, desde mi propia vulnerabilidad, es que no hay seguridad ni garantías para nadie en el océano de incertidumbre en que vivimos, despreciando, los más, las medidas de prudencia que comienzan con un cuidado y respeto activo hacia nuestra Madre Naturaleza.
   Pienso en seres como Sean Pen con el agua al cuello ayudando a los habitantes sureños (como lo hace, de acuerdo a sus posibilidades) con las personas dolientes de Haití, nación castigada si las hay. Pienso en muchos como él, voluntarios, bomberos, policías que, olvidados de sí mismos, se entregan a prestar ayuda, a vivir la más noble tarea de compasión y solidaridad.
  Pongo mi corazón para orar y enviar Luz a los que padecen y a los que luchan, es lo que puedo hacer desde la lejanía. Ya encontraremos también maneras concretas y prácticas de socorro. Y nos mantendremos atentos. Pero ...no dejo de pensar en las tormentas de metralla y de bombas que el Imperio suelta...siempre fuera de su territorio. Esas tormentas sí pueden evitarse. Ojalá descienda sobre los violentos de este mundo, sin duda, tan enfermos, aunque sea la posibilidad de una reflexión. No se puede acusar a Sandy de musulmana ni de terrorista, ni es posible registrarla cuando se acerca a las entradas internacionales del Imperio.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Un gran cambio

Cuando   amamos a alguien, sea humano, sea un animal (detesto la palabra mascota) como una semilla en un fruto está la potencial separación. Por eso entregar el corazón es un riesgo que requiere valor.
Al abrazar a esa criaturita suave que vi crecer a mi alrededor, iluminando  la casa con su pelaje dorado y su constante misterio solía imaginar ese adiós, preguntándome quien se iría primero, él, mi tigre pequeño o yo.
 Por diez años, Ángel (alias Tato) desplegó su gracia y ese misterio sin descifrar de su naturaleza felina.
En ese misterio me encontraba con Dios. Ahora Tato se fue. Duerme para siempre en un hermoso jardín entre una planta de glicinas y bajo un ciruelo. Dios en todo refleja su misterio,en cuanto no puedo explicar presumo que se encuentra Él. Ahora me dejó a oscuras. Ya no lo espío en el gato mago que me llenó de asombro. Tendré que estar atenta, consumir mi tristeza, y esperar que se deje entrever en otras criaturas, tal vez en un ciprés que me corteja, quizá en las aves que hacen señales en el cielo y que parecen enseñarme un lenguaje secreto. Aprenderé a leerlo y tal vez vislumbre al gran Misterioso de nuevo.
 Gracias, bella criatura felina por cuanto me enseñaste y por la ternura con que supiste despedirte, sabiendo antes que yo que ya te estabas yendo.